miércoles, 15 de julio de 2009

Fragmento de Ventana

“...La brisa que se sentía a esa hora recorría sigilosa las obscuras calles de la ciudad, haciendo sonar levemente algunas hojas y papeles que se arremolinaban en las esquinas. Detengo mi libación, estoy solo en medio de la noche mirando a través de una venta, la abro, respiro profundo esa brisa que me refresca y hace subir el alcohol al cerebro, engañando mi equilibrio. Abro la puerta, salgo.
Respirando la tranquilidad nocturna, deambulo silente por calles umbrías. El céfiro me enfría la cara, lanzando contra mí, el vapor evanescente que sale de mi boca, rezumando incesante a través de la bufanda que llevo al cuello y me cubre hasta la nariz.
Divagando, deambulando, de ida y vuelta en eterna refracción; lógica, intuición poética. Atravieso con calma el frío relente que deja caer la noche. Desde una casa iluminada se escuchan voces, risas, se siente el calor de los reunidos, se escucha una música suave que se vierte como un bálsamo melódico sobre esta noche aterida. Canto en silencio, y las palabras que no salen se enrollan en mi lengua haciendo burbujas en mi boca.
El vacío explotó en mi cara, me declaró el sin sentido de la vida y me tornó angustiante la existencia.
La letal implosión en que deviene la existencia al estrellarse con la desesperante certidumbre de la futilidad del hacer, me hizo morir a los treinta y tres años. Desde ahí he aprendido a dar saltos desde fondos abismales en los que se pueden ver extrañas formaciones de raíces ancestrales, he navegado por torrentes metafísicos sin poder llegar a ser océano, y he aprendido a escarbar la tierra desde abajo hacia arriba buscando mi resurrección.
En oriente la angustia infranqueable llevó a la aniquilación del deseo. Por otro lado, el griego, ante la tragedia, devino en arte, en belleza. Apolo y Dionisio en infinita comunión pariendo belleza, una mezcla de llantos de nacimiento y muerte.
En la inopia camino solitario por calles húmedas y frías. Tengo media botella de whisky malo esperándome, algunos cigarrillos, quizá en un año las cosas cambien. Aunque no hayan cambiado en siglos.
Santiago, en pleno corazón de la ciudad, un corazón viciado y corroído. Camino entre espectros infernales, el piso desaparece y caigo junto al sereno que cubre a la capital. Gota a gota, caen sobre mis hojas sentimientos invernales, y me evoca el frío de un amor marchito, de miradas cobálticas, que se enoja con el mundo y no le sirve mi cariño.
Me meto en un tugurio que está en un segundo piso, cuento las monedas que me quedan y me alcanza para la cerveza más barata, me siento al lado de una ventana, en solitaria penumbra enciendo un cigarrillo, cierro los ojos, un beso a un fantasma, ese vaho místico ocúrreme en las melancólicas dulzuras del renunciado. Amo a un fantasma esquivo que me agarra a patadas el corazón, quiere que me lo arranque, sólo para ver si le produce alguna emoción.
Tomo un trago, hurgando en recursos literarios, acometen descarnadas y acerbas la palabra de los muertos; uno me dijo que las penas se ahogan en vino, pero que las tramposas aprenden a nadar. Otra que escupe al cielo maromea en el suelo, y cae cual destino, confidenciándome su nemesiana protesta.
Miro hacia afuera, el cielo se despeja. Noche láctea, vía cielo estrellado, que se estrella en mi vaso y derrama el dorado esplendor de la cerveza saboreada a pestañasos para que dure y cure más. Me siento sobre el apoyo de la ventana, miro hacia las calles, mendigos orates Sacando del fondo de los vasos algún herido, los autos pasan a gran velocidad por la avenida dejando a su paso estelas en fuga, luces rojas y amarillas, que se pierden junto con el sonido de los motores.
-Para qué escribir, si ya está todo hecho- me decía tiempo atrás un amigo.
El proceso de creación es una adicción, nada se puede comparar a crear, se ha parido un pensamiento, se ha puesto una idea en la mesa, se ha lanzado un mundo al ruedo, sólo desde la ineludible síntesis de lo que se es en completitud, se ahonda la vida, y algunas pocas veces es posible ver la ventana que se quiere abrir o la grieta con la que se pretende socavar.
Se acaba la cerveza, vuelvo al departamento.
Somos creadores de realidad; mitos, mundos, sistemas. Pero nos perdemos en nuestra propia creación, olvidamos que fue concebida y fundada por nosotros, nos entregamos al control de esos narcóticos, sin mayores reparos, nos arrojamos en la insana búsqueda de piedras filosofales, transformándolo todo en un abyecto tremedal, moviéndonos entre efluvios pestilentes hacia la decrepitud. Una vez entregada la voluntad al fruto de la adormidera es muy difícil retroceder sobre nuestros pasos...”




(por Keno Baeza)